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El autor cuestiona la sacralización del trabajo como justificación del "todopoderoso empresariado" que no escatima nada para conseguir su objetivo de tener cada vez más.
Opinión 29/04/2023 Antonio Miguel Yapur*El afán de afanar...
Hace unos días fue muy difundido el video de una empresa avícola radicada en la Provincia de Corrientes en el que se estigmatiza la función del Senasa, mientras muestra cómo esa empresa destruye una enorme cantidad de huevos que, según ellos fueron obligados a hacerlo a través de una resolución del organismo de contralor nacional.
En el video, mientras los empleados y obreros protagonizan esa destrucción ovaria, ellos exteriorizan un reclamo: dicen que “solo quieren trabajar”. En otro tramo del mismo video, se dice claramente “Hemos ofrecido al Senasa donar los huevos a comedores, y aun así hemos recibido una negativa”.
Este relato de las opiniones vertidas en ese video se puede encontrar en varios sitios de Internet. El ejercicio que te propongo, no es el análisis de los hechos -ellos serán revelados con justicia o injusticia más adelante por los tribunales-, sino el de las opiniones vertidas por empleados y obreros y a las atribuidas al abogado de la empresa.
Los trabajadores dicen que ellos solo quieren trabajar y no dan juicio de valor sobre su trabajo, aun cuando puede enfermar a la comunidad. Sin hacer cargo a los laburantes de los posibles chanchullos de la empresa, lo significativo es que su única expresión y opinión en el video es “solo queremos trabajar”.
Siempre escuché desde que era niño, que el trabajo es salud. Y sí, porque si te enfermás no podrás trabajar, aunque al capitalismo eso no le interesa, pues tiene quien te reemplace. Para el sistema, el trabajo es “sagrado”, pues le produce pingües ganancias al capital, por eso lo sacralizan y lo elevan a un valor superior, inclusive a la vida.
Y nuestros dirigentes y gobernantes lo ponen en este lugar. Dicen que deben ingresar capitales a nuestro país para que la “gente tenga trabajo”. Los empresarios dicen “estoy dando trabajo a mucha gente”; ambos, en realidad, están diciendo: invertir en un país es buen negocio, teniendo los esclavos suficientes y las riquezas naturales para reproducir rápidamente el capital invertido.
El capital desde hace siglos creó paradigmas como “tener trabajo es tener dignidad” o “el trabajo es el organizador de la vida familiar y social”. No, no lo es, es la mentira transformada en creencia para luego poder sacralizarla.
El trabajo sólo puede organizar la vida de una sociedad o dar dignidad si es reproductor de derechos, si puede sostener el salario digno, la educación, la vivienda familiar, la salud, el tiempo de ocio, la diversidad cultural de todos y cada uno de sus miembros.
Si el trabajo solo reproduce al capital o sólo persigue el afán de lucro de unos pocos, no es más que otra forma de esclavitud. Y el trabajador que acepta en forma consciente o inconsciente, está simplemente alienado por el capital. Está cooptado para reproducir los deseos del patrón.
El capital odia cualquier otra visión o expresión del trabajo que no sea la esclavista y justifica cualquier consecuencia que de él provenga, inclusive a riesgo de las vidas del planeta. Específicamente en este caso, de quienes consumimos huevos.
Y la expresión atribuida al abogado de la empresa “Hemos ofrecido al Senasa donar los huevos a comedores, y aun así hemos recibido una negativa”, podría ser respondida con una pregunta.
¿Por qué no te los comés vos a esos huevos sospechosos?
No aventuro ninguna respuesta que pudiera hacer el profesional universitario.
Pero sí, su opinión vislumbra claramente dónde está parado en su vida y profesión. Todo alimento sospechado de peligroso podría ser objeto de ser “donado” para que los coman los pobres o los hambrientos.
… y la gente afanada
La gente pobre, la hambrienta, esos humanos y humanas creados por el capitalismo...
Esas personas sí pueden alimentarse con lo descartable, con los residuos. Porque ellas mismas son las desechables del sistema. Son los costos incluidos y los residuos necesarios del capital. Son los afanados.
En cambio, yo, funcionario, gobernante, abogado, empresario, juez, tengo el derecho a vivir, comer, divertirme, vacacionar, estudiar, tener vivienda y sirvientes a mi cargo.
Las personas pobres y hambrientas no, ellas son subhumanas y además, de todas ellas una pequeña cuota me pertenece porque son de mi propiedad.
Ellas son el ejército del capital y su casta, las hay de reserva y otras para al frente de batalla. Algunas son asalariadas regimentadas, las supuestas legales, las que deben tener obediencia al empresario, al representante de la casta.
La reserva son los y las nadies, las personas que deambulan muriendo a cada rato…
La noticia dice que la destrucción ovaria les causará una pérdida de 26000 dólares y eso puede “poner en riesgo la existencia de la empresa”. Ese abogado revela que el SENASA “tienen una necesidad imperiosa de certificar todo”.
Ahí se evidencia con claridad el concepto “del ser empresario” y de la libertad que ellos pregonan. ¿Cómo un organismo de contralor se atreve a querer certificar?
¿Y la libertad?...
Toda empresa si no es “libre”, no es. Ahí está esa libertad, sólo la empresarial, las otras son prescindibles, desechables. Coartar la libertad de ganar y de enriquecerme a pesar de la vida, es condenable. Para eso quiero esta democracia sólo para mi libertad.
Empresarios, jueces, funcionarios, abogados, investigadores, comerciantes y gobernantes acuerdan furtivamente o no que los pobres son subhumanos, son parte de una normalidad divina -pobres siempre hubo, así rezan- y es una calificación trabajada por el sentido común capitalista. Quien me enriquece es el negro de mierda y para eso lo empleo.
Quien me enriquece no tiene derechos porque sus derechos ponen en riesgo mis privilegios. Tengo la libertad de gastar 26000 dólares en unas vacaciones pero no tolero “perderlos” por una nimiedad como es destruir huevos que envenenarían a mujeres, hombres, niños y niñas.
Así es el capitalismo, amigos y amigas. Más aún en esta etapa actual en la que unos pocos empresarios se pelean entre sí para tener “predominancia”.
El problema no son los 360.000 huevos destruidos, sino el concepto empresarial de producir solo para ganar sin tener en cuenta a la vida.
Fíjense que es el mismo paradigma del nazifascismo, el otro es mi enemigo, por eso lo mato en el campo de batalla y si no, los encierro en los campos de concentración y hago de ellos objetos que sean útiles para mis proyectos de acumulación. Los hago trabajar o los mato en las cámaras de gas y a sus desechos los utilizo para mi plan económico y de exterminio.
Así hizo el nazismo en Alemania, el fascismo en Italia, el franquismo en España y el totalitarismo en Japón. Y así hace EEUU en Irak, en Libia, en Ucrania, así hace Israel, en Palestina.
Así hace la OTAN en nuestra América.
El empresariado, sus funcionarios, sus jueces son personas pragmáticas. Todo lo que no les produce ganancia o les reduce las mismas, debe ser eliminado. En este caso, el SENASA debería serlo porque es un organismo de contralor estatal, es una barrera para sus afanes de lucro.
Más aún, adoctrinan para que su personal empleado sólo tenga el afán del salario, reduzca su universo al cobro de una quincena o una mensualidad, no le sea preocupante si su trabajo daña a otras personas y mucho menos al ambiente u otras vidas. No importa, su existencia sólo debe estar radicada en cumplir los designios patronales por ese salario.
Buena imagen nos da la película The Wall, de Pink Floyd, en ese rumbo hacia la picadora de carne. Pero no tanto para los abogados, funcionarios, jueces pues ellos pertenecen a castas necesarias y útiles. Ellos son los legitimadores del fin empresarial.
Quizás no se tomen vacaciones de 26000 dólares, pero si podrán educar a sus hijos en una institución privada o cubrir algunos aspectos de la salud u otros privilegios. Es parte de esa inversión del capital para dar sustento a la sostenibilidad del capital. Son una casta necesaria. Los empresarios necesitan que ellos sean el colchón intermedio que les permita garantizar su impunidad.
Ahora es ¡Empresa o Muerte!
*Ing. Antonio Miguel Yapur, periodista y escritor - Editor del Diario Digital HoraCero
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