
Desde la Asociación de Defensa de Derechos de Usuarios y Consumidores dicen que faltan productos en las góndolas porque hay especulación.
Estela Figueroa fue una de las voces poéticas más relevantes de la historia de la poesía argentina. Su voz poética seguirá viva en cada una de las palabras que ha escrito.
Cultura - Literatura 12 de noviembre de 2023 Por Antonio M. Yapur*Cuando me proponen escribir o decir sobre un ser querido, comienza a latir en mí no solo el corazón, sino el ser entero. Es difícil decir sobre alguien y mucho más lo es escribir acerca de Estela, sí, Estela Figueroa, por eso no lo voy a hacer.
Solo relataré un momento, solo un momento que trataré que refleje su esencia.
Hace muchos años, muchos, concurría al taller literario que ella coordinaba en el Foro de la Universidad.
Después de la actividad del taller, teníamos el hábito con Estela y uno o dos más de ir al bodegón que estaba en la cortada Bustamante, frente a la Plaza del Soldado. Ahí cenábamos, a veces pizza, pero por lo general pastas con estofado o cuando tenían, una carne al horno con papas y zanahorias.
De cualquier manera, mientras esperábamos la cena, pedíamos una botella de vino con un plato de maní y otro de pororó. Los platos de maní y de pororó, de platos solo tenían el nombre, pues nos traían cazuelas grandes de ambas cosas.
Y ahí empezaba una verdadera tertulia que se transformaba en pasión luego del segundo vaso de vino, antes que llegara la cena.
Por lo general hablábamos de política, arte, pocas veces nos referíamos al taller literario, diría casi nunca.
En una oportunidad, Estela había ido al taller con Cacho o Cachito, creo, no me acuerdo bien, era un perrito callejero que vivía en su casa, era tan bien educado que durante las dos horas de taller se quedaba tranquilo, a veces recostado en una silla y otras veces se cruzaba a la falda de Estela.
Cachito o Cacho entendía casi todo, suponíamos, aunque había certezas acerca de ello, pues Estela nunca se dirigía a él con órdenes, sino solo con pedidos o con conversaciones.
Esa noche, el perro fue con nosotros al bodegón y se sentó en una silla como un comensal más, solo se bajaba de ella cuando Estela le ponía en una de las cazuelas algo de la comida que cenábamos.
Recuerdo que éramos cuatro, la conversación fue bastante larga y amena. Ya estábamos por la segunda botella de vino y habíamos recorrido la Revolución Rusa, la Guerra del Vietnam, la Revolución Cubana, pero además habíamos hablado de cine, literatura y la influencia de todas las revoluciones en ellas.
Estela era la que calmaba el ritmo del debate, ella, con su manera de reflexionar acerca de las palabras que decía, nos obligaba a repensar y transformar a la euforia en reflexión.
Hablaba como escribía, cada palabra tenía su propio significado en el contexto. Pocas veces había incoherencias entre sus palabras, sean con vino o sin él, solo las pronunciaba con esa determinación absoluta que poseía en su serenidad relativa.
Ya eran como la una y media de la mañana, el tiempo solo transcurría ajeno a nosotros y el fin de la segunda botella fue la que decidió terminar la tertulia, no nosotros.
Y así nos fuimos. Acompañamos a Estela que tomó el taxi sobre la calle Salta y vimos cuando Cacho se había acomodado sobre su falda.
Un viaje en tren
Por Estela Figueroa
La primera vez que fui a Buenos Aires lo hice en tren y llevada por mi padre. Tenía doce años.
No recuerdo los preparativos, la salida de mi casa, del barrio, ni el trayecto hasta la estación.
Pero sí el vagón débilmente iluminado, los asientos de madera y mi padre colocando su manta doblada en el mío, para que yo viajara más cómoda.
Una vez que arrancó el tren, mi padre y otro pasajero empezaron a charlar. Al tiempo, abrieron los paquetes donde ambos llevaban comida: un pollo al horno y una parva de milanesas y pan.
Milagrosamente apareció una botella de vino. Luego se acercó otro hombre con una guitarra y tocó, fue una fiesta de “aristocracia arrabalera”, como dice la canción dedicada a Troilo.
Debo de haberme dormido aturdida de felicidad y apoyada en mi padre.
*Antonio Miguel Yapur
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