Mariano Rosas, un cacique ranquel entre dos mundos

Su nombre era Panghitruz Güer, pero Juan Manuel de Rosas lo apadrinó llamándolo Mariano y haciéndolo trabajar en su estancia. No aguantó el desarraigo y volvió con su pueblo.

Cultura - Historia 30 de enero de 2022 Daniel Rafalovich
REPRODUCCIÓN
Reproducción de la portada del libro de Sergio Schmucler, editado por Marea

RAFA 1Escribe Daniel Rafalovich*

Algunas fechas que aparecen en esta nota  son aproximaciones ya que las fuentes difieren, al igual que en algunos hechos previos a la captura del  niño ranquel Panguitruz Gnerr. Nació entre 1819 y 1825, siendo hijo del cacique Painé, de la dinastía de los Zorros.

En su sociedad, al igual que todo niño, fue adiestrado en el uso de las boleadoras, el cuereo y salazón del ganado, realizando además tareas vinculadas a la cocina y el mantenimiento de la limpieza de la toldería.

Un día de  1834 Panguitruz se encontraba con otros niños a orillas de una laguna en Leubucó a pocos kilómetros de la actual ciudad de Victorica (La Pampa). El poblado de Leubucó era el centro político del cacicazgo ranquel.

Probablemente mientras Painé y los adultos habían salido en malón, los niños fueron capturados por una partida militar, engrillados y presos cerca de un año en la cercanía de Santos Lugares.

Un día los llevaron a conocer al gobernador y principal caudillo de la Confederación Argentina, Juan Manuel de Rosas. Luego de una larga conversación, Rosas los envió a su estancia de Los Pinos a trabajar y a enseñarles diversas tareas rurales. Pero tuvo una especial consideración con Panguitruz al enterarse de que era hijo de un importante cacique: lo adoptó como ahijado, lo hizo bautizar con el nombre de Mariano y le dio su apellido.

Allí “nació” Mariano Rosas.

Y así pasaron los años, entre el duro trabajo de la estancia y los saberes aprendidos. Hasta que una noche de 1840, seguramente aprovechando una distracción de los guardias de la estancia y la relativa libertad de movimientos de que gozaba, Mariano escapó, con sus compañeros y una tropilla. Luego de un largo periplo llegaron a territorio ranquel.

Se dice que Rosas, al poco tiempo de su fuga, le envió una nota con un mensajero diciéndole que comprendía su actitud de querer volver con su gente pero no que partiera sin haberse despedido de él, deseándole una buena vida.

MANSILLA - HORACERO

Pasados los años Mariano Rosas se convirtió  en cacique de los ranqueles, en buena medida gracias a las destrezas aprendidas en la estancia Los Pinos. Fue un jefe respetado tanto con los propios aborígenes como por los “huincas”.

Años después, cuando el gobierno buscaba un tratado de paz con los ranqueles, Mariano fue invitado a dialogar y se negó: Se había juramentado no volver a territorio huinca. Así es que fue enviado Lucio V.Mansilla con un grupo de soldados desarmados a parlamentar: de allí surgió el clásico de nuestra literatura “Una excursión a los indios ranqueles”.

Allí Mansilla describe a Mariano Rosas: “El cacique general de las tribus ranquelinas tendrá cuarenta y cinco años. [...] Es delgado, pero tiene unos miembros de acero. Nadie bolea, ni piala, ni sujeta un potro del cabestro como él. Una negra cabellera larga y lacia, nevada ya, cae sobre sus hombros y hermosea su frente despejada, surcada de arrugas horizontales".

Sigue con la descripción Mansilla, "Unos grandes ojos rasgados, hundidos, garzos y chispeantes, que miran con fijeza por entre largas y pobladas pestañas, cuya expresión habitual es la melancolía, pero que se animan gradualmente, revelando entonces orgullo, energía y fiereza; una nariz pequeña, deprimida en la punta, de abiertas ventanas, de líneas regulares y acentuadas; una boca de labios delgados que casi nunca muestran los dientes, marca de astucia, una barba aguda manifestación de valor, y unas cejas vellosas, arqueadas, entre las cuales hay siempre unas rayas perpendiculares, caracterizan su fisonomía, bronceada por naturaleza...”

El cacicazgo de Mariano fue un largo período de paz entre originarios y “cristianos”, si bien el cacique, con buenas razones siempre mantuvo una actitud diplomática y desconfiada.

Así es que, cuando en 1874 se desata una epidemia de viruela (enfermedad de los blancos) entre los ranqueles y el gobierno le ofrece trasladarse a otras tierras, Mariano se rehúsa.

La viruela fue probablemente lo que le costó la vida en 1877.

Le sucedió su hermano Epumer, pero la historia no termina aquí. En 1879, durante la mal llamada “conquista del desierto”, el coronel Racedo encontró la tumba de Mariano Rosas. La profanó y envió su cráneo a Estanislao Zeballos quien lo “donó” al Museo de Ciencias Naturales de La Plata, donde se mantuvo hasta 2001.

TUMBA DEL CACIQUE MARIANO ROSAS - HORACERO

Ese recordado año fue devuelto a sus tierras tras una movilización de la comunidad ranquel. Recibieron sus restos 15 “longos” (jefes) de La Pampa y se realizó una conmovedora ceremonia.

A esa ceremonia asistió por cierto la recordada música y cantautora María Gabriela Epumer, sobrina tataranieta de Mariano Rosas al igual, claro, que su hermano, el virtuoso músico Lito Epumer.

*Escritor y poeta / Columnista de HoraCero

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