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La reiteración constituye un indicio de la intencionalidad de los mismos, supuestamente ligada a la preparación de terrenos con fines productivos.
La reiteración constituye un indicio de la intencionalidad de los mismos, supuestamente ligada a la preparación de terrenos con fines productivos.
Alberto Fernández, en su rol de líder pro témpore de la Celac, llamó este jueves a "institucionalizar" al organismo y terminar con los bloqueos a Venezuela y Cuba.
Al exponer ante el Consejo de las Américas, Sergio Massa adelantó que el índice de desempleo bajó a 6,7%. También destacó los niveles de consumo y producción.
En esta nota, su autor nos dice que quizás el ejercicio del poder no está solamente radicado en un gobierno o en el poder fáctico, sino también en el seno de nuestra propia sociedad.
Opinión 05 de julio de 2022 Antonio Miguel Yapur*¿En aquellas épocas?
Sí, en las que era preadolescente, allá por lo años 60, mis abuelos paternos solían sentarse por la tarde en el patio y debajo de una higuera inmensa tomaban sus mates después de la siesta. En tiempo en que las brevas estaban ablandando, acompañaban a esos mates con unos higos con pan.
Entre las buenas costumbres de mis abuelos, la que más me gustaba y recuerdo, era la de ser unos profanos, no solían acomodarse a ningún ritual, ni religioso, ni costumbrista y tampoco cultural.
A nuestra casa familiar, la casa donde nos criamos mis hermanos y yo, concurrían los más variados personajes, el cura católico del pueblo tenía pasión por el quepe, nuestra comida árabe más popular, así que mi abuelo lo invitaba a almorzar cada vez que mi abuela lo hacía, pero esa pasión no se limitaba solo a la comida, también iba acompañada con el anís arak, un anís seco, muy popular entre la paisanada árabe.
Pero también concurrían cada vez que iban al pueblo, el sacerdote maronita, el imán musulmán, también se detenían en casa poetas, cantores, jugadores de fútbol.
Nuestras siestas terminaban cuando mis abuelos se iban hacia el patio, para mí y mis hermanos era la señal para huir de los dormitorios, era el fin de esas siestas obligadas. Salíamos sigilosamente, de puntas de pie, para no despertar a nuestros padres y al llegar a la galería de la casa, corríamos hacia donde estaban los abuelos.
Si había higos, nos lo daban con trozos de pan cortados a mano, sino arrancábamos de los árboles damascos, duraznos, mandarinas, naranjas o lo que era una exquisitez, las pequeñas manzanitas verdes que eran del tamaño de un durazno. Las miradas vigías de nuestros abuelos a veces se transformaban en palabras sencillas en su árabe castellanizado “no te subas al árbol por esa rama” o “cuidado con las espinas”.
Una de esas tardes, mientras jugábamos y comíamos en ese inmenso patio, escuché una conversación que se estaba dando entre ellos. Mis abuelos cuando estaban solos hablaban en árabe, yo tenía entrenado el oído porque desde muy niño en mi casa se hablaba castellano, árabe, un castellano árabigo o un árabe castellanizado.
Esa conversación era acerca de autos. Mi abuelo tenía un Ford T, con él recorría los campos para vender ropa, jabones, hilos para coser, pantalones bombachas, peines. Tenía en el Ford T prácticamente un pequeño almacén de ramos generales.
Mi abuelo vendía y a su vez hacía amigos, hablaba un castellano con un marcado acento árabe, sabía escribir en castellano pero en su libreta con tapa de hule negro, anotaba las cuentas y fiados de sus clientes en árabe.
En esa conversación, mi abuelo le contaba a mi abuela que un paisano -así era como se llamaban entre sí, los inmigrantes árabes que vivían en el pueblo- se había comprado un auto coludo.
-Me parece que es un Impala. Le decía mi abuelo a mi abuela.
El Impala era un inmenso auto con una gran “cola”, moderno, importado y con palanca de cambio al volante. Era la novedad del pueblo, pues los autos que más se veían eran el Ford T, el Ford A o alguna Cupé.
Mi abuelo que era un comerciante nato, hacía honor a sus ancestros y sus conversaciones estaban impregnadas de esas ideas que él las sintetizaba en la palabra “negocio” y le decía a mi abuela,
-No es mal negocio Stucía, es un auto que después se puede vender muy bien. Así trataba de tantear la opinión de mi abuela.
Y ella con su serenidad y sabiduría, se constituía como casi siempre, en la “ultima palabra” en la familia y le contestaba,
-Antún, no te sirve ese auto, no es para el campo, es para mandarse la parte nomás.
Y ella le relacionó rapidamente al auto con la hombría y casi exclusivamente con el tamaño del pene y le dijo,
-Antún, vos no necesitás un auto tan grande ni lujoso, no te hace falta mostrar que sos hombre. Si él tiene un auto tan grande será porque la tiene chica.
Parece que mi abuelo quedó convencido, pues se quedó con el Ford T por un buen tiempo que luego lo cambió por un Ford A.
El tiempo transcurre y las representaciones se mantienen.
En estas épocas, algunas cosas no han cambiado, una de ellas es la necesidad de ser hombre macho más allá del sexo biológico.
Resulta que una tarde, estaba marchándome en mi auto hacia la ciudad de Santa Fe, nuestras calles de Colastiné son arenosas, llenas de pozos, pero no son baches pues el bache es una anomalía en una calle pavimentada con cemento u otro material similar.
Un bache es como una grieta no deseada en una plácida normalidad de cemento.
Entonces, iba hacia esa normalidad de cemento que es la ruta transformada en autovía, cuando sobre la calle también iba caminando hacia ella un vecino, me detengo y le digo;
-Voy a Santa Fe, si querés te llevo.
-Bueno, dale. Me contesta mientras abre la puerta del auto y se sube.
En un momento de la conversación que teníamos en el camino, me dice:
-¡Qué cómoda es la camioneta!
-¿Qué camioneta? Le pregunté con asombro.
-¡Ésta! Me dice
-¿Ésta?, si no es camioneta, es un auto. Así le contesté y a su vez le repregunto,
-¿De dónde sacaste que es una camioneta?
-Vamos Turco, no te hagas el humilde, ¿no te das cuenta que es una camioneta?
-No..., le contesto.
-No ves que es más alta que otros autos, los autos de la gente común son enanos, en cambio en éste parece que ves al mundo desde arriba.
-Ah, le digo no me había dado cuenta, pero lo que vos decís es una pelotudez.
-Pelotudez o no, aquí ves todo desde arriba, -y luego siguió- el otro día me llevó La Pirucha en su camioneta 4x4, no sabés como se ve desde ahí arriba, te dan ganas de atropellar a todos, total a vos no te va a pasar nada.
Quizás el ejercicio del poder no está solamente radicado en un gobierno o en el poder fáctico sino también en el seno de nuestra propia sociedad.
Una 4x4, o una “camioneta”, como llamaron a mi auto, no es más que una señal en dónde está radicado el poder de unos en relación a otros sin necesidad de ser gobernante, terrateniente, empresario, narcotraficante, ganadero, tratante de personas u otras figuras del poder fáctico.
Parte del poder está radicado en nosotros mismos. Un sector bastante numeroso de nuestra sociedad tiene la necesidad de ejercer sobre el otro una jerarquía que no posee pero que desea, y una 4x4 le magnifica ese poder aunque jamás lo tenga. Su autoestima se relaciona con esa jerarquía inalcanzable.
El creer que soy mejor que el otro porque tengo una 4x4 o una “camioneta” me da identidad y categoría, me autootorgo privilegios ante mis semejantes y para reafirmame en ello utilizo descalificaciones hoy abundantes como la de “negros de mierda”.
Como diría mi abuela, no la tenés grande por eso necesitás un “impala”. Hoy sería una 4x4.
No todo es así, existen las excepciones que confirman la regla.
Una 4x4 es como querer pertenecer a esa plácida y exclusiva normalidad mientras que el resto se amontona dentro del bache.
Al bache por más que lo esquivemos, existe y a veces emerge.
Ing. Antonio Miguel Yapur - Integrante del Consejo Editor de HORACERO
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Alberto Fernández, en su rol de líder pro témpore de la Celac, llamó este jueves a "institucionalizar" al organismo y terminar con los bloqueos a Venezuela y Cuba.
La reiteración constituye un indicio de la intencionalidad de los mismos, supuestamente ligada a la preparación de terrenos con fines productivos.