
A 20 años de la derogación de las leyes de la Impunidad
Se cumplió el 20 aniversario de la eliminación de las leyes que apañaban a genocidas, sosteniendo su impunidad frente a delitos de lesa humanidad, un hito de mayor justicia.
Insultada de todas las maneras posibles, agraviada por su origen, por su género, por animársele a los poderosos, por despreciar la “beneficencia” de la oligarquía y concretar derechos para los más humildes
Cultura - Historia 26/07/2023 Daniel Rafalovich*Escribe Daniel Rafalovich*
En el año 1981 viví en San Carlos de Bariloche. En el trabajo que conseguí tenía que caminar los barrios más pobres y marginales de la ciudad turística. Las personas interesadas en lo que vendía (frazadas, sábanas, acolchados) generalmente me hacían pasar a sus precarias viviendas, calentadas apenas por salamandras hechas con viejos tachos de aceite. Allí descubrí que en muchas de esas casas la llama política se mantenía viva: abundaban las fotos de Perón y, sobre todo, altarcitos modestos en los que brillaba a la luz de una vela algún retrato de Evita.
Pero ¿qué hace que Evita siga viva? ¿Cómo alguien que estuvo en el poder sin cargo oficial alguno durante apenas seis años se haya mantenido y agigantado en la memoria popular? Evita, la estrella fugaz. Evita, el cometa que resiste el olvido. El mito fundante y bien fundado del movimiento que sacudió la política argentina en 1945.
Insultada de todas las maneras posibles, agraviada por su origen, por su género, por haber sido actriz, por animársele a los poderosos, por despreciar la “beneficencia” de la oligarquía y concretar derechos para los más humildes (aunque no le guste al Supremo Rosenkrantz). Evita fue una de las responsables de la grieta que aún separa a quienes defienden los intereses de las mayorías de los poderes fácticos, cada vez más concentrados.
Tanto sigue viva Evita y la fuerza política que creó con Perón que aún hoy esos mismos insultos se reiteran, se renuevan, se multiplican en los medios del establishment y circulan en las ramas cloacales de las redes sociales. ¿Será porque regalaban bicicletas o máquinas de coser y pan dulce y sidra para las fiestas? ¿O porque hicieron carne en los trabajadores la conciencia de sus derechos: a la vivienda, a la educación, a un salario digno?
Evita es la expresión de una vida rápidamente consumida en la defensa incansable de quienes llamaba “mis descamisados”. La de los discursos fogosos, la que trabajaba 18 horas al día atendiendo pedidos de los más humildes.
Es curioso: tanto para las derechas poderosas y reaccionarias como para ciertas izquierdas los males de la Argentina “normal” comenzaron en 1946. Para los primeros porque soliviantaron a los obreros y a la peonada. Para la segunda porque hicieron que los trabajadores adhieran en su gran mayoría al movimiento político que transformó en realidad los derechos que socialistas y comunistas pregonaban desde hacía años, pero carecían del poder para llevarlos a cabo. Ambos sectores acusaban a Perón y Evita de demagogia. Hoy la derecha le llama despectivamente populismo. Victoria Ocampo y otras damas de abolengo renegaron del voto femenino por el que habían abogado en teoría porque había sido otorgado por un movimiento plebeyo que encabezaban “un militar fascista y una trepadora”.
Nada nuevo en lo actual: los insultos siguen siendo parecidos, viejos, frutos del resentimiento de una clase que añora la Argentina de las vacas y las mieses para unos pocos. Los factores de poder están hoy más unidos entre sí que nunca: medios, justicia, embajadas, sus variables representantes políticos tienen identificado al enemigo mucho más claramente que nosotros.
Lo estamos viendo en toda América Latina: lo vimos en Brasil, en Paraguay, en Ecuador, lo vemos en nuestro suelo. Ojalá lo que llamamos “campo popular” esté a la altura de los desafíos y no vuelvan a repetirse tragedias pasadas. Ojalá la mística y el recuerdo de Evita, su intransigencia, se hagan carne para defender la patria que nos queda.
* Daniel Rafalovich, poeta y escritor - Coordina el sitio Metapoesía / Columnista de HoraCero
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