
Los gobiernos parecen estar ausentes de los “detalles” de nuestra vida cotidiana porque tienen "cosas más importantes” en que ocuparse, mientras acá abajo la realidad cruje cada día con más fuerza.
Dice el autor de esta columna de opinión que "el paraíso fascista tiene mucha leña para aventar su fuego y sus calores, tanto que están quemando el fondillo de los progresistas".
Opinión 11/11/2022 Antonio Miguel Yapur*Por Antonio Miguel Yapur*
Desde hace tiempo que la brega por un país democrático viene siendo frustrada.
Podríamos decir, desde nuestro propio origen identitario, desde que el Virrey Cisneros huyó. Allá por 1810.
En nuestra Provincia tenemos antecedentes más ancestrales que pusieron en conflicto las ideas acerca de quiénes y cómo gobernar.
Me refiero a la primera rebelión significativa de los criollos que resuelven tomar el poder en Santa Fe el 1º de junio de 1580, fue la Revolución de los 7 Jefes, ésa que Juan de Garay no toleró y que desde Buenos Aires hizo ejecutar a sus protagonisas, para luego borrar ese momento de la memoria histórica.
La verborragia acerca de la democracia es tan antigua que ya ni siquiera podemos reconocer sus orígenes y objetivos.
La vida cotidiana lo muestra y demuestra cuando pretenden justificar con argucias la inefabilidad de la democracia capitalista. Los diferentes actores se esfuerzan por ubicarla en el singular sendero que resolvería el bienestar de todo un pueblo, perdón, la gente.
El capitalismo ubica a la democracia actual en un limbo irremediable y hasta quizás eterno, en un extremo está el infierno que a su vez es el paraíso de los fascistas con una materialidad concreta aportada por el poder real, los empresarios.
Por el otro lado está el paraíso de los progresistas, tibios ellos, son los que no quieren caer en el infierno pero tampoco hacen votos para lograr el paraíso celestial al que aspiran.
El gran tema es que el paraíso fascista tiene mucha leña para aventar su fuego y sus calores, tanto que están quemando el fondillo de los progresistas.
Los acalorados progresistas le ponen un marco espiritual a esta democracia, tal es así, que hasta los progres agnósticos crearon su propio sistema de creencias en ella.
Parece que no saben que la espiritualidad humana no es solo necesaria, sino hasta imprescindible, tiene su base material. Entre ambas debe haber una relación dialéctica que cuando no existe, es solo una creencia post mortem.
Los progresistas legitimamente pueden creer que el avance actual del capitalismo es tan potente y avasallador que no se lo puede dominar. Puede ser que esa sea la etapa histórica que nos toca transitar.
Lo que es imperdonable, es que no tengan proyectos de sociedad diferentes al capitalista, utopias con la cual luchar y diseñar tácticas y estrategias de acumulación que en un proceso logre derrotar este avance del capitalismo neoliberal.
En antaño, luchábamos por un proyecto social humano, por una forma de vida diferente a la capitalista, el Che Guevara no cesaba de enseñar que se necesitaba construir al "hombre nuevo" para esa nueva sociedad.
Hoy el humano al que se refieren los gobiernos y legisladores solo es un objeto consumidor al que el Poder Judicial lo castiga si desobedece y las propuestas políticas de los que se dicen progresistas están atadas a esa estrategia del capitalismo neoliberal.
Construir ese nuevo hombre no se hace conciliando con los principios sociales, culturales, económicos del capitalismo. La historia de la humanidad en estos últimos siglos lo demostró.
Ese hombre nuevo y esa mujer nueva deben ser ser protagonistas de sus propios destinos, debe pasar de objeto a sujeto, a sujeta.
El cómo debería alentar a los dirigentes políticos que dicen ser progresistas. Éstos deben cuestionar a sus cómodos sillones y dietas, pues si ellos avalan, silencian o se resignan a que un grupo de empresarios decidan qué estamos autorizados a comer, cuánto debe ser nuestro salario o cómo el flujo de mentiras se transforma en una verdad, si nuestros dirigentes se habitúan a esto, son justamente la diferencia deseada que promueven los plutócratas.
La democracia no es un ente de negociación económica con los poderosos, sino una herramienta para ponerle límite a éstos.
Ser progresista es un acogedor concepto que se acuñó para que un sector social no sea catalogado de zurdo, comunista o subversivo.
Hoy es una imagen que usan los que se oponen al poder fáctico para que no los cataloguen de la misma manera.
Ser progresista es un afable calzón para no ser revolucionario.
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*Ingeniero - Ex docente universitario / Miembro del Consejo Editor de HoraCero
HORACERO
Los gobiernos parecen estar ausentes de los “detalles” de nuestra vida cotidiana porque tienen "cosas más importantes” en que ocuparse, mientras acá abajo la realidad cruje cada día con más fuerza.
Se cumplirán 40 años de una democracia que no pudo cambiar las desigualdades de un capitalismo neoliberal que se encargó de comprar "levantamanos" para concretar sus planes.
Existen por lo menos dos Estados, uno legal, el electo por la ciudadanía, el adecuado constitucionalmente y otro ilegal que está conformado por el poder de los capitales.
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