Por Norberto Galasso
Ante la conmemoración del 9 de julio proclamada en 1816, algunos estudiantes se preguntan: ¿la patria nació dos veces: el 25 de mayo de 1810 y el 9 de julio de 1816?
Este desconcierto obedece al planteo erróneo de la historia oficial debido a que Mitre y sus seguidores caracterizaron la Revolución de Mayo como una ruptura con España dándole un carácter independentista que no tuvo. La Revolución de Mayo fue una revolución democrática que reemplazó a un virrey absolutista, designado por el rey de España, por una Junta Popular, elegida por el pueblo movilizado en Buenos Aires. Esto no le resta importancia, por supuesto, pero establece su verdadera naturaleza que estaba en la misma línea de las revoluciones democráticas que se produjeron entre 1809 y 1811 en Hispanoamérica, continuadoras de la Revolución Española de 1808, hija de la Revolución Francesa de 1789, es decir, perseguía los objetivos que San Martín llamó «el evangelio de los derechos del hombre» y que fueron establecidos después por la Asamblea del Año XIII
El carácter no separatista de la Revolución ha sido ignorado por la historia oficial pero resulta evidente por varias razones:
- Que haya habido revolucionarios españoles en las Juntas, como Larrea y Matheu;
- Que los revolucionarios de 1810 juran lealtad a Fernando VII (pues el invento de «la máscara de Fernando VII» no resiste el menor análisis: no pudo haber existido esa mentira porque los pueblos no se pueden movilizar por un objetivo y que sus representantes juren lo contrario);
- Que flameara la bandera española en el Fuerte hasta 1813;
- Que San Martín no llevaba bandera española en el combate de San Lorenzo y que a Belgrano se le hizo dar marcha atrás cuando prematuramente planteó una posición independentista.
Hasta 1813, los revolucionarios en su mayoría pensaban que podían seguir perteneciendo a España junto con el resto de Hispanoamérica si España se democratizaba. Pero en 1813 España vuelve al absolutismo y a partir de allí se hace necesaria la declaración de la Independencia. La clave está en la carta que Posadas le envía a San Martín justificándole los cambios producidos en España: «El maldito Bonaparte la embarró al mejor tiempo; expiró su imperio, cosa que los venideros no creerán en la historia y nos ha dejado en los cuernos del toro. Yo soy del parecer que nuestra situación política ha variado mucho y que de consiguiente, deben también variar nuestras futuras medidas».
A partir de ese momento se formula la necesidad de declarar la Independencia.
El 24 de marzo de 1816, los congresales se reúnen en Tucumán. Retornemos, por un momento, a los actos escolares: un pizarrón con caballete engalana el acto, con un dibujo a todo color de la casa histórica. A un costado, a doble página de revista escolar, se exhiben los rostros de esos congresales cuyos nombres difícilmente recuerdan los estudiantes y –la verdad sea dicha– tampoco los maestros. Solo escapan del olvido fray Justo Santa María de Oro, dado su parentesco con Sarmiento y F. Narciso Laprida, quien recibió los óleos sagrados de Borges en un poema que rinde culto a «civilización y barbarie»: «Vencen los bárbaros, los gauchos vencen». Alguien recuerda quizás que doña Francisca Bazán de Laguna ofreció generosamente su casona en la calle De la Matriz y que allí, esos patriotas representantes de «todas» las provincias se reunieron para declarar la independencia argentina. Ahora, pongámonos serios. ¿De «todas» las provincias? ¿La independencia argentina? ¿De qué estamos hablando?
En el Congreso de Tucumán no están representadas todas las provincias que actualmente integran la República Argentina, como creen inocentemente los alumnos. Deliberan diputados de regiones que no pertenecen hoy a la Argentina y, a su vez, no están representadas varias que son hoy importantes provincias de nuestra república. En el primer caso, se hallan Charcas, Mizque, Chichas, La Plata y Cochabamba, provincias altoperuanas que hoy integran Bolivia. En el segundo, no solo se hallan ausentes aquellas habitadas en esa época por comunidades mapuches, tehuelches, matacos, tobas, etc., como son las patagónicas y las del nordeste chaqueño, sino, además, Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos y Misiones. Estas han convergido en el congreso convocado por Artigas, el Protector de los Pueblos Libres, en junio de 1815, en el Arroyo de la China. Por su parte, Córdoba, también invitada por Artigas, participa finalmente en Tucumán, con escaso entusiasmo. Se realizan gestiones para que Chile y Paraguay envíen representantes, pero sin éxito.
Además, no se declara «la independencia argentina», ni tampoco la de las Provincias Unidas del Río de la Plata, sino la independencia de «las Provincias Unidas en Sud América», según lo consigna el acta del Congreso correspondiente al 9 de julio de 1816, ratificando la concepción de «Patria Grande» que anima a los revolucionarios. Pocos días después –y ante versiones referidas a negociaciones y conciliábulos entre la burguesía comercial porteña y la corte de Río de Janeiro– don Pedro Medrano propone, y así se aprueba, que se incorpore a la declaración un aditamento que elimine toda clase de duda: «y de toda otra dominación extranjera».
Pero esta declaración de independencia genera hondos problemas, que han sido silenciados por la enseñanza mitrista para no provocar inquietudes en los alumnos: se hace necesaria una explicación acerca de los motivos de la ruptura, como asimismo de que la decisión se tome seis años después de la Revolución de Mayo. Por ello, el 25 de octubre de 1817, el Congreso reunido en Tucumán aprueba una declaración denominada «Manifiesto que hace a las naciones el Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas en Sud América, sobre el tratamiento y crueldades que han sufrido de los españoles y motivado la declaración de su independencia». Dicho documento señala la reinstalación de Fernando VII en el trono y su giro a la derecha, como causa de la independencia. Allí se afirma que «nosotros [en 1810] establecimos nuestra Junta de Gobierno a semejanza de las de España. Su institución fue puramente provisoria y a nombre del cautivo Rey Fernando». De este modo, el Congreso define claramente el carácter de la Revolución de Mayo, «como detalle de las revoluciones española y francesa» y resulta absurdo suponer que –en 1817– seguían mintiendo, al pueblo y al mundo, con la llamada «máscara de Fernando VII». Respecto de lo sucedido a partir de 1814, señalan que «nos pareció que un rey que se había formado en la adversidad, no sería indiferente a la desolación de sus pueblos […] pero él nos declaró amotinados en los primeros momentos de su restitución a Madrid […]. Él se aplicó, luego, a levantar grandes armamentos […] para emplearlos contra nosotros […] Un torrente de males y angustias semejantes es el que nos ha dado impulso, para tomar el único partido que quedaba […] Nosotros, pues,
impelidos por los españoles y su rey, nos hemos constituido independientes». Este documento, como todo aquello que no encaja en la interpretación conservadora y probritánica, también ha desaparecido de la enseñanza, inclusive de la universitaria.
De este modo, el Congreso de Tucumán concreta la ruptura con España, que no se había dispuesto en mayo de 1810, concluyendo con una situación confusa que ha traído demasiadas quebraduras de cabeza a maestros y alumnos.
Por esta razón, declarada ahora la Independencia de la Provincias Unidas en Sudamérica, San Martín, con su ejército y su bandera argentino-chilenos (y luego peruanos) proclama: «Seamos libres y lo demás no importa nada», en marcha hacia la Patria Grande por la cual también luchaba Bolívar y, aún hoy, seguimos luchando nosotros.